Nunca unas lágrimas sinceras, que a duras penas quieren salir, te dejan indiferente.
Resulta conmovedor que bajo el amparo de una noche oscura -iluminada por un fino arco de luna creciente-, un vehículo policial estacionado en el tranquilo recinto del CARPA, a salvo de las miradas curiosas de la sala de espera, se transforme en una especie de confesionario; y que la joven víctima sentada en el pequeño y espartano habitáculo posterior, relate a un policía ‘desconocido’ en ese umbral de luz y a través de la mampara de metraquilato, la parte de su vida que la mantiene aturdida, triste y en desasosiego. Sigue leyendo