Ni todas las personas normales son buena gente u honradas, ni todas las personas que consumen drogas o beben alcohol de forma esporádica o bajo abstinencia, son víctimas sociales.
Vivimos entre la reinserción que dictamina la Constitución, y la justicia de compensación que exigimos las víctimas.
Cuando pensamos en asesinos de ETA o carcaños, no los victimizamos por las presuntas manipulaciones a que fueron sometidos, o familias desestructuradas de las que provienen.